5

cada día que pasa voy repitiendo una y otra vez el siguiente movimiento: cierro los ojos, fijo la visión rápidamente en otro lado, hago un pequeño movimiento de cabeza como negando. acto seguido vuelvo a focalizar mi mirada a cuarenticinco grados de la última imagen. como cuando despertás de un mal sueño y no tenes ganas de ponerte a pensar en la muerte a esa hora y asumís que mirando hacia otro lado la angustia va ser menor.

estoy en esta sesión pero no estoy. todo lo que pasa por delante de mi lente me parece horrible. cada modelo, cada cosa a retratar con la que me enfrento me producen un estado de repulsión que me obliga a correr la cara una fracción de segundo. un gesto, un peinado, una imagen que se superpone a otra imagen ya registrada, ya vista. lo siniestro se cuela en esa repetición de formas, situaciones, loops, sesiones que nunca se acaban donde parecería ser que todos los días son el mismo día.

y yo parado entre toda esta mierda tengo que encontrar algo bello.

desperdicio unas tomas porque así lo pide el cliente, así lo pide mi ojo, la independencia que adquirió mi ojo, me hacen extrañar algún tipo de realidad objetiva a la cual aferrarme.

hago sesiones completas disparando en ráfagas, todo sea por acabar con la producción lo más rápidamente posible. cuando descargo las imágenes dejan de ser reales, pasan a ser un registro de un tiempo que paso y que no va a volver. borro fotos de a doscientas, de a quinientas.

haga la selección que haga el cliente quedara satisfecho. el ojo del cliente es un ojo mediocre. a veces me siento culpable de ser parte del engranaje que afea el mundo, luego se me pasa. ya hace tiempo que deje de intentar ir contra la corriente, se que mis standars de belleza no son comercializables.

el mundo de a poco se va convirtiendo en una entidad horrible. el mundo se convirtió en un lugar desagradable ya que el mismo  no deja de ser una amalgama de clientes y usuarios que sin prisa ni pausa afean todo a su paso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me vas a hacer llorar de lo parecido.
era verdad, nos unía el espanto.

francisco pavanetto dijo...

y yo sigo siendo solo uno